En ocasiones muy puntuales de nuestras vidas, se producen acontecimientos que quedan grabados en nuestra retina hasta tal punto que siempre los recordamos como si hubieran sucedido ayer. Son de esas fechas que no necesitan ser marcadas en ningún calendario y que todos recordamos qué estábamos haciendo y dónde en ese día tan señalado.
La final de Wimbledon 2008 entre Roger Federer y Rafa Nadal fue uno de esos acontecimientos.
Proclamado por muchos como el mejor partido de la historia del tenis, el propio McEnroe declaraba al término de la final: "Esta ha sido la mejor final que he visto en mi vida", a la par que Federer confesaba incluso años más tarde que "fue la derrota más dura en mi carrera, aunque al mismo tiempo fue especial formar parte de ese encuentro".
En unos días habrán transcurrido ya casi 6 años y aún así,
todos recordamos cómo Nadal celebraba ese instante en que conseguía finalmente destronar a Roger Federer en Wimbledon, derrumbándose sobre la hierba de la pista central y explotando, como es obvio, superado por las emociones después que hubiese perdido las dos finales anteriores consecutivamente contra el suizo (Wimbledon 2006 en 4 sets y Wimbledon 2007 en 5 sets).
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